¡El ángel de Bernini! ¡Cuántas veces no me había detenido yo a su pie, ahí en el puente del Tíber, y me había extasiado contemplando, radiante de blancura contra el azul del cielo, esa inocencia patética, esos ojos impávidos y candorosos bajo una frante oprimida por la riqueza de tantos bucles!. Al encontrármela un día de pronto, en ciudad tan lejana de Roma, reconocí inmediatamente en su mirada la del ángel que yo admiraba tanto, y enseguida pensé algo que sólo mucho más adelante habría de decirle; pensé: "Tú, criatura hermosa, eres el ángel de Bernini; tú eres mi ángel de Bernini".
Y así, cuanto más la miraba, más lo era. Las líneas un poco blandas de sus facciones, la suave redondez carnosa, todavía infantil, de su cara bajo una boquita muy tierna, y luego, el esplendor de un cuerpo que también hubiera parecido ambiguo sin la afirmación valiente de sus pechos, animaban y acercaban para mí el admirado mármol que, en lo alto de su pedestal, nunca antes habían podido alcanzar mis manos. Ahora, por fin, lo tenía ahí, vivo y cálido bajo mi vista. Me incliné a besarle la cabeza, y "tú, dulce amor", le dije, "eres el ángel de Bernini. Dime: ¿nunca has visto tú ese ángel de la Pasión?, ¿no lo has visto nunca?, ¿ni en fotografía siquiera?". Nunca lo había visto. Le expliqué cómo el artista, siglos ha, supo maravillosamente anticipar su encarnación humana; cómo la había adivinado y profetizado, y me la había anunciado a mí, que, en años sucesivos, jamás iría a Roma sin visitar en el puente Sant'Angelo la figura de Bernini; pero ella apenas tuvo curiosidad por conocer, siquiera fuese en fotografía, esa figuración donde yo había aprendido a amarla antes - muchísimo antes - de que ella se me apareciera en persona...
Tenía entornados los ojos y la boquita trémula. "Qué murmuras ahí", le pregunté. "Es una oración". Yo siempre digo una oración antes de dormirme. Y tú vas a rezarla conmigo, ¿verdad? No me digas que no. Repite mis palabras, ¿quieres? Repite: Ángel de la guarda, dulce compañía: no me desampares ni de noche ni de día". Las repetí, ¡cómo no había de repetirlas! Y enseguida volví a insistir: "alguna vez he de llevarte a Roma para que te veas en el ángel de Bernini". Ella contestó que sí, que sí; pero ¿sabía ya acaso, con ese saber suyo secreto y melancólico, que este deseo no había de cumplirse? También la mirada de sus ojos mortales parecía hecha a ver pasar las aguas del eterno Tíber.
Nunca fuimos a Roma. Y ya no está ella conmigo; ya nunca estará conmigo. Al despedirnos le colgué al cuello una cruz par amemoria de nuestra pasión, y ella prometió que la besaría cada noche después de invocar al ángel de la guarda (... ni de noche ni de día). Ya no está más conmigo. Y yo quizá me pararé alguna vez todavía sobre el puente del río, y levantaré la vista hacia aquella faz resplandeciente que no alcanzan a acariciar mis manos.
Francisco Ayala - "De mis pasos en la tierra".
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El otro día me leí el segundo libro de poesía de Lucía Etxebarria, "Actos de placer y amor" (tenía entendido que el título divergía ligeramente pero como dice -bien- la propiedad conmutativa el orden de los sumandos no altera la suma); lo estuve hojeando y pensaba para mis adentros "es bueno"... seguía hojeándolo.... terminé leyéndolo entero.
Cuando llegué a "Arcano Tercero" me quedé tal que paralizada. Tremenda la empatía. Incluso se me salió una lágrima. Hacía mucho que no leía un poema que me hiciera pensar "esto habla de mí".
Arcano tercero
Bajó la Emperatriz a verme aquella noche
Sonriente.
No parecía afectarle el peso
de aquella pesada corona de estrellas
Fijate en mí me dijo,
Reclinada sobre mis tibios cojines
de satén y seda en rojo pasión
Orgullosa de mí, de nada arrepentida
Enamorada siempre
Soy tú, me dijo, soy tú
Dentro de un corazón encierro la fuerza de la luna
Corre el agua, hago germinar las cosechas
La luz entera mana de mi redondo cuerpo
Yo soy la luna llena
Vengo a anunciarte
que ya se acabó el tiempo del luto y de la pena.
Ya llegó la jornada de gloria triunfante
Los hombres quedan lejos, un sueño es su memoria
La luz es desde ahora el rumor de mi nombre
Soy tú, tu nueva tú. Soy tú.
Me he estado, te has estado
escondiendo en millares de disfraces diversos.
Y he vuelto de las sombras, fuerza oculta,
del más profundo amor: Resurge y vibra.
Fuerza para guiar firme la vida
Hoy soy la luna llena
Vengo a anunciarte que ya acabó el tiempo del llanto y la pena.
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