13 de julio de 2006

Hechos 2,1-11

A veces no sé en qué lenguas hablan los que me rodean porque no les entiendo.
"De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse. En esos días había en Jerusalén judíos devotos, venidos de todas partes del mundo. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Atónitos y llenos de admiración, preguntaban: "¿No son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo, pues, los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay medos, partos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene. Algunos somos visitantes, venidos de Roma, judíos y prosélitos; también hay cretenses y árabes".
Y estos no sé qué se han fumado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo a veces (muchas) espero la llegada de mi particular Pentecostés. Me gustaría aclarar muchas dudas, muchos sentimientos, infinitos miedos y obsesiones.
Pero preferiría no volver a pasar por el trance tener que fumar.

marga dijo...

Uf, por lo menos se comieron unos tripis, porque eso de las lenguas de fuego...