1 de agosto de 2006

De las cosas visibles

Había quedado con Mari en la estación de Atocha. He bajado dando un paseo por el Retiro, fantástico como siempre y vacío como nunca, y cuando he llegado a Atocha me he arrepentido porque, ingenua de mí, no quedé en ningún lugar concreto. Pero bueno, al final el sentido de la orientación (ése que tantas veces me falla y otras tantas me salva) me ha llevado por el buen camino.
.
Dada la calorina de Madrid en estos días nos hemos metido en el primer bar (literalmente el primero) fuera de la estación. Craso error.
El bar más rancio de Madrid.
.
Pero la conversación ha fluido igual. Hemos hablado mucho (muchísimo) de las cosas visibles y algo (pero menos) de las invisibles. Y tenemos una apuesta para la semana que viene, cuando nos volveremos a encontrar.
.
Cambiando de tema, hoy ha nacido el "microrrelato express", esto es, becca and I escribiendo un microrrelato a cuatro manos, una línea tú una línea yo, vía email. Con plazo límite, palabras que ha de incluir, etc. Ha sido muy divertido, y más en estos días en los que las cosas interesantes que hacer en el trabajo brillan por su ausencia. El próximo microrrelato express tiene fuerte tendencia literaria. Iremos puliendo las condiciones previas antes de escribirlo.
.
(nota: lo del "tamagotchi" es mío, es que se me ha ido la olla un poco, quería que fuera el tipo un friki pero .... bueno, que esa línea puede/debe ser eliminada). Advertencia: es (muy) ñoño.
.
Dejó libre el asiento del autobús y bajó en la parada anterior a la suya. Su pensamiento bullía hacia aquel escenario de una tarde que se empeñaba en no olvidar. Caminaba sin pensar, pues no quería imaginar que al llegar allí nada de lo vivido fuera real. Apretó el paso, casi corriendo, mientras se acercaba a la plaza. Lo hacía recordando aquel olor a sierra del pasado, en esta ciudad prestada que ya no era capaz de atarle. Sus únicas cadenas habían sido unos brazos, y el deseo de escapar y dejar aquellos recuerdos iba haciéndose más y más fuerte.
Por eso volvía ahora a aquel temido escenario. Por eso, en el autobús, había sentido un deseo más fuerte que él, que le invitaba a volver de nuevo allá donde el dolor le clavó sus flechas. Cuando llegó, resopló del cansancio, mientras dos gotas de sudor le corrían por la frente. Tomó resuello y se metió al portal, indisoluble recuerdo en su mente. Miró el buzón. Respiró aliviado al comprobar que seguía su nombre: Beatriz.
Sí, tranquilo, pero paralizado y enormemente emocionado. No hizo caso de los avisos de su propia mente (no llames, no estará, te dolerá, no lo hagas) e hizo sonar aquel horrendo timbre. Pasaron algunos segundos. Se sentía como un personaje de Samuel Beckett, absurdo en su comportamiento ante cualquier mirada externa, pero con algo inmenso dentro, algo que muy pocos entenderían. Ella sí, ella le entendería. Por fin, su voz. Y el tiempo y el espacio, la prudencia, las promesas a sí mismo, de repente se desvanecieron.
- ¿Sí?. Una voz ronca y arrugada le respondió desde el telefonillo. No podía ser ella, esa voz no podía ser suya.
- ¿Beatriz?. Beatriz, cuyo nombre aún le provocaba escalofríos. Nunca más había latido de esa forma al pronunciar un nombre de mujer. Pero ella, ella no era como el resto de la gente.
Su ensoñación se enturbió al oír el pitido de la puerta. Le habían abierto. Subió los escalones de 3 en tres y se apostó en la puerta. Nervioso, desde el 4º sin ascensor veía la plaza, y un viejo sentado en la parada del autobús le hacía señas con el bastón. ¿Será a mí?.
Estaba perdiendo el sentido. Se sentía acelerado, como el ocupante de un coche sin frenos, como el poeta que escribe sin comas, como el lobo corriendo hacia su presa. Quería decir mil cosas y sin embargo permanecía callado. Ella parecía estar perdiendo la paciencia, mirándole y diciéndole con la mirada que estaba perdiendo el tiempo.
Entró sin decir nada y se dejó caer en el sofá, cansado y vencido.
- "Beatriz, no encuentro mi tamagotchi". Y se echó a llorar.
Ella lo miró con condescendencia, como si fuera la enésima vez que acudiese en su ayuda. Se acercó y le pasó la mano por el pelo. Sonrió. Así era él. precipitado y enérgico, infantil y maduro. Un niño grande. Pero, por fin, había vuelto.
Se abrazaron en silencio, pero las sensaciones fueron muy distintas: ella sentía pena por aquel cuerpo que abrazaba, que había perdido toda la magia desde el día en que se dijeron adiós. Él, en cambio, sentía despertar un sentimiento que no podía disimular (aunque durante tantos meses lo hubiera dejado dormido).
Cuando, después de aquella momentánea uníon, volvieron a mirarse, Mario lo entendió todo. La dejó allí, sin que ella se atreviese a hablar. Se alejó observándola y,ya en la calle, continuaba viendo su rostro en cada persona que pasaba. Se sorprendía de su fuerza. Había dejado atrás lo que más amaba, caminaba sin rumbo y sabía que tendría que recordarla cada día de su vida.
Empezó a llover. Sentía como si el agua lo traspasara, confundiéndose con la sal de sus lágrimas. Oyó pasos acelerados y una mano le alcanzó por el hombro. Le había seguido. No se dijeron ni una palabra. Sonrieron. Mario comprendió. A él le faltó la valentía para no irse de su casa, pero a ella le sobró la fuerza para correr en su búsqueda.
De una manera u otra, lo que amamos siempre vuelve. A veces en forma de recuerdo, otras veces en forma de olor, muchas veces con la melodía de una canción. Otras veces aparece un día de lluvia y nos roza la piel. Mario sonreía ante estos pensamientos. Se alejaron cogiéndose tímidamente de la mano.

2 comentarios:

Sílvia Herraiz Martínez dijo...

Me da la risa al leerlo. Esto lo tendrían que leer nuestros jefes, ¡para que vean qué productivo es nuestro trabajo!

Creo que lo de ñoño se queda corto.

Ah!!! y está claro.. el nombre del personaje es por Delibes, "Cinco horas con Mario". Juasjuasjuasjuas.

En media hora nos llevan al aeropuerto. Y a mediodía... estaré en nuestra bella Italia.

Baciiiiiiiiiiiii

Sílvia.

marga dijo...

Yo tengo un tamagotchi rodando por casa, de mi niñafreak... si quieres dame el teléfono de mario y se lo regalo, jejeje.
Muy bueno.

Y mil ciento cincuenta y siete gracias por ayudarme el otro día!!