No intentes enterrar el dolor: se extenderá a través de la tierra, bajo tus pies; se filtrará en el agua que hayas de beber y te envenenará la sangre. Las heridas se cierran, pero siempre quedan cicatrices más o menos visibles que volverán a molestar cuando cambie el tiempo, recordándote en la piel su existencia, y con ella el golpe que las originó. Y el recuerdo del golpe afectará a decisiones futuras, creará miedos inútiles y tristezas arrastradas, y tú crecerás como una criatura apagada y cobarde. ¿Para qué intentar huir y dejar atrás la ciudad donde caíste? ¿Por la vana esperanza de que en otro lugar, en un clima más benigno, ya no te dolerán las cicatrices y beberás un agua más limpia? A tu alrededor se alzarán las mismas ruinas de tu vida, porque allá donde vayas llevarás a la ciudad contigo. No hay tierra nueva ni mar nuevo, la vida que has malogrado malograda queda en cualquier parte del mundo. Tengo veintidós años, y hablo por boca de otros.
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Estas mismas palabras que repito las he leído en libros. Algunos se escribieron hace mil años, otros se publicaron hace dos. Porque al fin y al cabo todo lo que se escribe acaba por ser una nota a pie de página de algo escrito antes. Existe un solo tema, la vida, y la vida es siempre la misma: una misma radiación impregna al universo entero y no está asociada a ningún objeto en particular. Todos nuestros actos, todos nuestros amores, son repeticiones de otros ya acaecidos y por eso siempre encontraremos en un libro la respuesta a alguna de
nuestras preguntas. El problema radica en que no entenderemos nada de lo escrito en tanto no lo hayamos vivido de un modo u otro y me parece que yo ahora y sólo ahora empiezo a comprender frases leídas hace tiempo.
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Ahora comprendo que la ciudad me sigue, que camino siempre por las mismas calles, y que hace falta desenterrar la angustia para que no se pudra bajo mis pies. Por esta razón dejo una ciudad y regreso a otra, porque sé que en el fondo habito siempre la misma. Creí dejar atrás el sufrimiento y he comprendido que lo llevo conmigo, y ahora vuelvo a la misma ciudad que odiaba tanto.
Ahora comprendo que la ciudad me sigue, que camino siempre por las mismas calles, y que hace falta desenterrar la angustia para que no se pudra bajo mis pies. Por esta razón dejo una ciudad y regreso a otra, porque sé que en el fondo habito siempre la misma. Creí dejar atrás el sufrimiento y he comprendido que lo llevo conmigo, y ahora vuelvo a la misma ciudad que odiaba tanto.
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Beatriz y los cuerpos celestes - Lucía Etxebarria.
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No es la primera reflexión literaria sobre las "ciudades". Me vienen a la mente (desde la ignorancia de no ser experta en estas lides) Kavafis e Italo Calvino.
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Estoy leyendo Le città invisibili de Calvino, en los ratos libres en el trabajo; es decir, cuando llego y está todo vacío y oscuro y tengo que ir dando las luces. La gente tardará más de media hora en aparecer. También cuando se van todos a comer, yo sigo ahí, trabajando y leyendo, leyendo y trabajando. A veces más lo uno que lo otro. A veces nada. A veces llego al trabajo y estoy más cansada que cuando me iré, me duele todo, el cuerpo y el alma, y pienso por qué se trabaja para vivir, por qué no se vive y punto.
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Leo una página y subrayo palabras, algunas las intuyo, por el contexto, por la raíz, o por haberlas leído en algún contenedor de Génova. Entonces, cuando lo hago, esas palabras en realidad pueden ser cualquier cosa. Son infinitas.
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Puede que las busque en el diccionario. O puede que las deje así. Infinitas.
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Hoy encontré en la biblioteca un libro para aprender catalán en 5 meses. A buenas horas.
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También encontré un libro de Muñoz Molina que me quedé con ganas de leer. En su lugar, Solow ocupa mi tiempo. El caso es que el tipo me cae bien, pero no dejo de pensar que mi tiempo vale mucho más que él.
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También he pensado que llevo sin descansar mucho tiempo. Descansar de "desconectar mentalmente". Ocho o nueve meses. Lo que pasa es que cuando lo hice, allá por noviembre, venía yo de un estado de agitación mental (léase 3 de noviembre) muy digno, e iba camino de otro estado de agitación mental (léase enamoramiento) muy digno también. Y ahora no veo "estados de desconexión" en un futuro cercano.
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Echo de menos el mar. El mar de meterte hasta que no haces pie, el de no parar de decir "qué asco de arena". El de pasear por la noche con estrellas por encima. Echo de menos muchos momentos del pasado, cuando el verano - siempre contado - valía 100 días. Cuando los catxis en el tirol valían 300 pesetas; cuando fumé por primera vez (números, sí, es lo mío...9 de noviembre de 1996) y decidí que "no me gusta nada". Cuando la vida era un agujero lleno de futuro.
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Estoy cansada y perdida en mi ciudad.
1 comentario:
becca,
me ha ENCANTADO este post, no sabes la razón que tienes.
Yo echo de menos también otros tiempos, básicamente dos momentos:
-La época del cochecito blanco y las locuras de tropecientos mil kilómetros en tres días.
-La época del ascensor de la edad de piedran (con aquellas puertas tan "modernas" que tú conociste), mi habitación en el quinto piso y el buongiorno de todo el que se cruzaba por la escalera y yo cargada con bolsas del Basko.
En fin... "prenderemo quello che verrà", ¿no?
Seguro que algo inesperado nos sorprende (para más tarde tener que echarlo de menos también).
Un besazo,
Sílvia.
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