La vida por los momentos, por el aprovechamiento sucesivo de los momentos que la componen. La vida sucedida. De cada momento se puede sacar algo, bajar más abajo y volver a subir. Las caídas están siempre. De ellas se puede aprender. La velocidad con la que todos estos acontecimientos nos van cambiando. Mejorar con el cambio. Traicionarnos sólo ante los ojos de los demás.
Las personas no duran para siempre. Nada dura para siempre. Cuando se intenta aferrar algún momento "feliz" de nuestra vida, éste vuela rápido, es efímero. No es necesario acudir a ningún profeta. No se llega a ninguna verdad por los profetas. Las verdades son relativas y son cambiantes. Los estados de ánimo delimitan nuestras sensaciones, nuestras felicidades. Por ello varían, como la primavera sucede al invierno y el paisaje tiene distintas caras pero mantiene el mismo nombre. La meditación sirve para conocerse. El ensimismamiento sirve para conocerse. Las fiestas, las tertulias, los silencios y las fotos a rascacielos sirven para conocerse. Nada dura para siempre. Sin embargo, estaría bien capturar alguno de esos instantes porque forman parte del álbum de fotos de nuestra vida, el álbum de momentos, los recuerdos más intensos plasmados en blanco y negro o en dos dimensiones. Vivir encadenado a esos recuerdos; a los recuerdos que nos acercan a nosotros.
Nada de lo que sirve para conocerse es suficiente, ni necesario. Cada persona es un mundo, y todo el mundo está solo. La soledad no es un castigo, es una situación necesaria. La evolución vital nos va llevando por momentos de soledad y de afluencia. Nacemos y morimos solos. También en el camino tiene lógica encontrarnos con esos momentos de soledad, para acordarnos de vez en cuando de dónde venimos, o a dónde nos dirigimos. La soledad es inherente al animal social. La soledad sirve para conocernos. Pero la soledad no nos va a dar una verdad, ni los profetas, ni la meditación. Nada de lo que hagamos en busca de una verdad nos llevará a ella. Lo que buscamos no existe.
Nadie se hace sabio recitando poemas o ensayos de reputados especialistas o poetas ni rezando a dioses que nunca ha visto. Nadie se hace sabio. Nadie se hace nada que no estuviera dentro de sí, como una semilla esperando las condiciones adecuadas para su crecimiento. La voluntad, la perseverancia, son catalizadores para esta transformación, necesarios, pero no suficientes.
En general no se sabe lo que se busca. Se dice muy frecuentemente "lo tengo todo y sin embargo soy infeliz". Tal vez porque tener no entra dentro de los parámetros que otorgan felicidades. Quizá porque la felicidad está mitificada. Quizá porque definimos la felicidad como un estado físico y mental de extraordinaria paz, olvidándonos que la permanencia de ese estado es puramente utópica. La extraordinaria paz citada es imposible mientras vivamos encadenados a nuestros verdugos, coaccionados por el qué dirán, por la televisión maldita, la caja que nos atonta. Dentro de cada persona reside la potencialidad para conocerse, para conocer su verdad, para argumentar, para ensimismarse, para ser feliz cualquiera que sea su definición, para sentir la soledad, para disfrutar de ella, para no hablar y meditar, o ser el líder de las tertulias. La potencialidad existe, la valentía es una semilla, la fuerza de voluntad es una semilla. El coraje es una semilla. Dios existe. Existen también Operación Triunfo, las putas a diez euros en Montera, y los remedios contra la gordura o la depresión a 39.99 € + gastos de envío. Existe la estupidez, la superficialidad.
Las personas no duran para siempre. Nada dura para siempre. Cuando se intenta aferrar algún momento "feliz" de nuestra vida, éste vuela rápido, es efímero. No es necesario acudir a ningún profeta. No se llega a ninguna verdad por los profetas. Las verdades son relativas y son cambiantes. Los estados de ánimo delimitan nuestras sensaciones, nuestras felicidades. Por ello varían, como la primavera sucede al invierno y el paisaje tiene distintas caras pero mantiene el mismo nombre. La meditación sirve para conocerse. El ensimismamiento sirve para conocerse. Las fiestas, las tertulias, los silencios y las fotos a rascacielos sirven para conocerse. Nada dura para siempre. Sin embargo, estaría bien capturar alguno de esos instantes porque forman parte del álbum de fotos de nuestra vida, el álbum de momentos, los recuerdos más intensos plasmados en blanco y negro o en dos dimensiones. Vivir encadenado a esos recuerdos; a los recuerdos que nos acercan a nosotros.
Nada de lo que sirve para conocerse es suficiente, ni necesario. Cada persona es un mundo, y todo el mundo está solo. La soledad no es un castigo, es una situación necesaria. La evolución vital nos va llevando por momentos de soledad y de afluencia. Nacemos y morimos solos. También en el camino tiene lógica encontrarnos con esos momentos de soledad, para acordarnos de vez en cuando de dónde venimos, o a dónde nos dirigimos. La soledad es inherente al animal social. La soledad sirve para conocernos. Pero la soledad no nos va a dar una verdad, ni los profetas, ni la meditación. Nada de lo que hagamos en busca de una verdad nos llevará a ella. Lo que buscamos no existe.
Nadie se hace sabio recitando poemas o ensayos de reputados especialistas o poetas ni rezando a dioses que nunca ha visto. Nadie se hace sabio. Nadie se hace nada que no estuviera dentro de sí, como una semilla esperando las condiciones adecuadas para su crecimiento. La voluntad, la perseverancia, son catalizadores para esta transformación, necesarios, pero no suficientes.
En general no se sabe lo que se busca. Se dice muy frecuentemente "lo tengo todo y sin embargo soy infeliz". Tal vez porque tener no entra dentro de los parámetros que otorgan felicidades. Quizá porque la felicidad está mitificada. Quizá porque definimos la felicidad como un estado físico y mental de extraordinaria paz, olvidándonos que la permanencia de ese estado es puramente utópica. La extraordinaria paz citada es imposible mientras vivamos encadenados a nuestros verdugos, coaccionados por el qué dirán, por la televisión maldita, la caja que nos atonta. Dentro de cada persona reside la potencialidad para conocerse, para conocer su verdad, para argumentar, para ensimismarse, para ser feliz cualquiera que sea su definición, para sentir la soledad, para disfrutar de ella, para no hablar y meditar, o ser el líder de las tertulias. La potencialidad existe, la valentía es una semilla, la fuerza de voluntad es una semilla. El coraje es una semilla. Dios existe. Existen también Operación Triunfo, las putas a diez euros en Montera, y los remedios contra la gordura o la depresión a 39.99 € + gastos de envío. Existe la estupidez, la superficialidad.
Existen todos estos mecanismos para alejarse de uno mismo, para no tener que enfrentarse un día ante su propio yo, sin este montón de analgésicos contra el dolor de vivir.
Vivir es entonces un ejercicio extraño (hay quien dice que es un absurdo, verdad a veces, la verdad cambiante). Un juego de equilibrios simultáneos. Cada uno es un equilibrista, y va moviéndose por cuerdas resbaladizas, con un fin o sin él, con zapatillas de cordones blancos y las manos sudorosas, llevando encima el peso de su pasado. Pero qué es el pasado sino un lastre para continuar andando por esa cuerda que hace patinar. El pasado quedaría bien guarecido si fuera sólo almacenado como esos recuerdos que nos acercan a lo que fuimos (o somos). Los recuerdos pesan menos que las cajas de postales de Roma. Los recuerdos no piden hueco entre las manos. Del pasado hemos de quedarnos con los recuerdos, dejando atrás las hipotecas afectivas. El pasado era el camino que nos llevaba a hoy, y hoy es el camino que siempre hemos recorrido y que recorreremos. Caminar ligero de equipaje por este hoy fuera de pasados que no comprometen a nadie.
El equilibrista no es un ser excepcional. Es un ser corriente. Es corriente caer, caer sin vergüenza ni miedo, sin miedo a pedir perdón, a dar marcha atrás, a coger el camino de la izquierda. Es corriente equivocarse. El equilibrista se equivoca y se pega un morrazo. El equilibrista aprende con cada caída, cambia y sigue adelante, porque comprende que lo único que tiene, su única posesión, es el futuro. Así, lo único que puede hacer es continuar. Por ello el pasado no es importante, ni las caídas, ni las equivocaciones, ni las postales de Roma. Nada de eso forma parte del futuro, ni preselecciona estos caminos. El pasado está como el hoy que fue, como los equilibrios y desequilibrios pasados de los que no se ha de renegar, pero a los que no hay que aferrarse.
Puedo escuchar a Paola Turci un día, y no hacerlo nunca más. La coherencia no tiene que ver con los hábitos. La coherencia no está en los ojos de los demás.
Mi definición de felicidad es lo inalcanzable, por propia definición nunca la conseguiré, pero eso no me convierte en una infeliz. Sólo en una persona consciente de sus limitaciones, que va en busca de algo más, que se exige lo indecible, pero que tiene los pies en el suelo, que piensa y se repiensa y a veces da la callada por respuesta. Que no busca la lucha, ni el debate. Que tiene sus propios pensamientos, que no interfiere en los de los demás. Que un día se dio cuenta de que había muchos idiotas sueltos y no está en su mano cambiarlo. Ni está ni quiere que lo esté. Los idiotas van por el camino de los idiotas, y por mucho que puedan cruzarse sus caminos, intentará que se afecten mutuamente lo mínimo posible.
4 comentarios:
...menudo post te ha salido.
La felicidad no es una meta: es algo que se encuentra dentro de uno mismo y que necesita determinados factores que la ayuden a manifestarse. No es permanente, pero si su sensación.
Baci, becca... dos días y nos vemos.
pues si.
Sólo un aplauso, para no joder este texto con palabras accesorias...
Plas, plas, plas... ya te he dicho que me encanta cuando escribes de este modo, sin significado aparente pero con mucho más sentido del que a primera vista puede apreciarse.
Espero que ahora te sientes más vaces a escribir de esta manera.
Un besazo.
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