Aunque yo no cuento muchos, me encanta que la gente me cuente sus secretos; que me mire y diga "oye, ...". Me gusta que la gente sea más de lo que se ve, y que lo haga notar. Y me gusta la confianza. Me gusta la gente que abre su vida aunque no me conozca (o eso crea yo).
El viaje a Roma tuvo cosas positivas y cosas negativas. Pero las negativas no son negativas por sí mismas, sino que provocan sensaciones tristes cuando en realidad son reflejo de una evolución.
Lo que pasa es que cuesta. Cuesta aceptar que el pasado ya no es tuyo aunque lo lleves contigo (y las ciudades, los paisajes, las personas y los momentos de "balla nuda!"), y cuesta llevar a cabo ciertas promesas que me hice, la de seguir currándome todo lo que he ganado. Para mantenerlo, para crecer. Cuesta sentir que necesitas ayuda, y pedirla. Cuesta pensar que la vida sea algo más que una noche en San Lorenzo y una chica de rastas de mirada alegre. Cuesta pensar que en tres meses he pasado más de una página.
Pero hay otras cosas que siguen sin costar nada: el mercado de Esquilino a las 5 de la mañana, dos horas de Feltrinelli entre libros, un paseo por Trastevere, la lluvia bajo mis zapatos y "in my secret place" sonando en el reproductor.
No me cuestan nada los lunes, ni los martes, ni los miércoles, ni los jueves, ni los viernes, ni los sábados ni los domingos. No me cuesta nada Madrid y su estupenda acogida. Me cuesta un poco más la clase de francés, comenzar la de portugués o hacer senderismo. Me gusta que todo sea a la vez muy fácil y muy difícil. Como diría Anita: reverberante.
...
Leo y busco en textos de otros, busco por las páginas, con el circunloquio tan propio de mí, de saber por la tinta como si fuera ésa la sangre.
1 comentario:
Cuesta sentir que necesitas ayuda, y pedirla
No hay nada más natural que necesitar la ayuda de los demás, y no hay nada más grande que darla.
Lo digo muy en serio.
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