A poco de llegar don Antonio Machado a Soria como profesor de francés, tuvo noticias de que por tierra de pinares había unos parajes espectaculares, naturaleza virgen, diametralmente opuestos al paisaje que había visto desde el tren, la sobria estepa soriana de la que luego se enamoraría tan profundamente.Sus amigos del Círculo enseguida organizaron una excursión a los montes de Covaleda al objeto de ver in situ la Laguna Negra, esa bella desconocida de la que se contaban un montón de leyendas. Tomaron unas caballerías y por el antiguo camino de la Muedra (hoy pantano) se adentraron, Duero arriba, hasta llegar a mi pueblo. Hicieron noche en la posada, contrataron a algún pastor como guía de monte, y dispusieron que a la mañana siguiente subirían por el Becedo hasta los farallones de la laguna para gozar de un día de solaz. Total, unas cuatro horas de camino. Al amor de la lumbre —era el tardío—, seguramente hablaron de la laguna, y el pastor les iría contando las leyendas que corren por el pueblo en torno a ella: que sus aguas son negras porque es insondable, que está poblada por seres monstruosos, que cualquiera que se atreva a violarla es objeto de una condena fulminante y voraz...¿Qué más necesitaba don Antonio, poeta, para avivar su imaginación? No es extraño, pues, que en sus poemas aparezca luego la Laguna Negra con ese halo mágico que encierra por no tener fondo, y que la convierta en tumba eterna del padre de los malvados hijos en La tierra de Alvargonzález.
La foto la tomé esta mañana:)
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