La tristeza se adueñó de sus ojos, así como lo había hecho años pasados, días y veces que no podía recordar. Si hubiera podido tampoco habría querido hacerlo, eran pocos momentos en que se sentía nada, y las lágrimas brillaban y se desencadenaban furiosas. Nada podía hacer cuando sufría los desencantos, se escapaban de su mano y no sabía controlar las emociones.
Giró la cabeza ante el sonido de la puerta, y lo vio acercarse. Era más alto que la última vez que lo vio, quizá más guapo. No podía esperar que nada pasase, puesto que el hecho mismo de que se hubiera presentado denotaba que también él deseaba que ocurriese.
Y ocurrió. Se sentaron juntos y comenzaron a hablar del pasado, de cuando estaban juntos y de cuando no estaban, de las noches que eran menos oscuras si estás a mi lado. Y de los días que les separaban por horas que se diluían sólo con el pensamiento del otro.
Hablaron del día que fueron al mar, donde se enamoraron. De cómo el viento batía fuerte sus alas y ellos se encontraban rodeados de arena, que los envolvía dulcemente, obligándoles al contacto de estar juntos. No podía ser de otra manera.
Hablaron de los años que no pudieron verse, ni tenerse. Del destino que los había separado cruelmente, sin apenas darse tiempo a decir adiós. Volvieron los días de lluvia y de monotonía tras los cristales. Pero ellos no se vieron más. Hablaron de muchas cosas. Del invierno que fue tan duro en la montaña y apenas daba tiempo a bajar al pueblo antes de la caída del sol, menos tiempo aún para poder encontrarse.
Hablaron tanto que se les hizo de noche. Y era demasiado oscuro para volver a separarse. Así que decidieron intentarlo una vez más.
Coge mi mano, aprieta contra la tristeza, que otras playas han de venir. Él la agarró fuerte para no dejarla escapar en la noche que todo esconde.
Cerró la puerta y encendió el fuego. Miró hacia atrás.... él ya no estaba. Otra visión, su felicidad se sucedía ante sus ojos. No podía distinguir de nuevo lo real de lo divino. Se echó a llorar.
Hay cosas que no tienen remedio, lo inevitable es el fin... y él ya lo había tenido. Ella no tenía por qué esperarle, sabiendo que no vendría no debía soñar su regreso.
Contó las horas hasta el nuevo día. Cuando la luz entró por el resquicio de la puerta intentó levantarse, pero no podía. Una mano la sostenía por la cintura y no la permitía moverse. Ven conmigo, oyó, te estoy esperando.
Se debatió en sus pesadillas como cuando de pequeña los tigres se escapaban de las jaulas y la perseguían. Ella huía montada en su caballo. No podía despertar, no mientras los tigres no volvieran a sus barrotes de fino alambre, que parecían ser guardianes eficaces de su felicidad.
Lloró, sentía el ahogo del desahuciado, del que no tiene más que volver a intentarlo. Lloró todo el día, sin levantarse.
Pasaron días y semanas, y nadie la vio bajar al pueblo. Tampoco se inquietaron. Hubo una época en la que decían que estaba loca, poseída, hablaba sola con un amor imaginario.
La encontraron tumbada en la cama, desecha en lágrimas y fría. Se les ocurrió llevarla al mar. Habían oído que el sol y el agua hacían milagros.
Y así ocurrió. Dejó de llorar y volvieron las noches que eran menos oscuras si estás a mi lado, y los día que les separaban por horas que se diluían sólo con el pensamiento del otro.
Giró la cabeza ante el sonido de la puerta, y lo vio acercarse. Era más alto que la última vez que lo vio, quizá más guapo. No podía esperar que nada pasase, puesto que el hecho mismo de que se hubiera presentado denotaba que también él deseaba que ocurriese.
Y ocurrió. Se sentaron juntos y comenzaron a hablar del pasado, de cuando estaban juntos y de cuando no estaban, de las noches que eran menos oscuras si estás a mi lado. Y de los días que les separaban por horas que se diluían sólo con el pensamiento del otro.
Hablaron del día que fueron al mar, donde se enamoraron. De cómo el viento batía fuerte sus alas y ellos se encontraban rodeados de arena, que los envolvía dulcemente, obligándoles al contacto de estar juntos. No podía ser de otra manera.
Hablaron de los años que no pudieron verse, ni tenerse. Del destino que los había separado cruelmente, sin apenas darse tiempo a decir adiós. Volvieron los días de lluvia y de monotonía tras los cristales. Pero ellos no se vieron más. Hablaron de muchas cosas. Del invierno que fue tan duro en la montaña y apenas daba tiempo a bajar al pueblo antes de la caída del sol, menos tiempo aún para poder encontrarse.
Hablaron tanto que se les hizo de noche. Y era demasiado oscuro para volver a separarse. Así que decidieron intentarlo una vez más.
Coge mi mano, aprieta contra la tristeza, que otras playas han de venir. Él la agarró fuerte para no dejarla escapar en la noche que todo esconde.
Cerró la puerta y encendió el fuego. Miró hacia atrás.... él ya no estaba. Otra visión, su felicidad se sucedía ante sus ojos. No podía distinguir de nuevo lo real de lo divino. Se echó a llorar.
Hay cosas que no tienen remedio, lo inevitable es el fin... y él ya lo había tenido. Ella no tenía por qué esperarle, sabiendo que no vendría no debía soñar su regreso.
Contó las horas hasta el nuevo día. Cuando la luz entró por el resquicio de la puerta intentó levantarse, pero no podía. Una mano la sostenía por la cintura y no la permitía moverse. Ven conmigo, oyó, te estoy esperando.
Se debatió en sus pesadillas como cuando de pequeña los tigres se escapaban de las jaulas y la perseguían. Ella huía montada en su caballo. No podía despertar, no mientras los tigres no volvieran a sus barrotes de fino alambre, que parecían ser guardianes eficaces de su felicidad.
Lloró, sentía el ahogo del desahuciado, del que no tiene más que volver a intentarlo. Lloró todo el día, sin levantarse.
Pasaron días y semanas, y nadie la vio bajar al pueblo. Tampoco se inquietaron. Hubo una época en la que decían que estaba loca, poseída, hablaba sola con un amor imaginario.
La encontraron tumbada en la cama, desecha en lágrimas y fría. Se les ocurrió llevarla al mar. Habían oído que el sol y el agua hacían milagros.
Y así ocurrió. Dejó de llorar y volvieron las noches que eran menos oscuras si estás a mi lado, y los día que les separaban por horas que se diluían sólo con el pensamiento del otro.
(20 de junio de 2004)
4 comentarios:
Al final se reencontraron. Bonita historia, pero muy triste.
Inés, estoy convencida de que tu acabas publicando en papel. Y me vas a tener que firmar montones de libros!!
Coge mi mano, aprieta contra la tristeza, que otras playas han de venir. ...
Aprieta contra la tristeza... a veces resulta verdad que abrir los ojos resulta duro de asumir...
Aprieta contra la tristeza....
Me gusta como título de libro. Yo de tí lo patentaba..
Saludos.
Perlim....todo es ficción. pero muy relacionada con una q fue mi "canción" durante todo el 2002: "en el muelle de san blas" de maná.
gracias Sheba.
salud!
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