Este post lo escribi cuando estaba en Madrid. Centenario del blog. Van 300.
Si pongo “La traición de Wendy” a sonar en el reproductor musical de mi ordenador comienza siempre por la canción número siete. No tendría por qué acordarme de que es la canción número siete pero el caso es que me acuerdo. Es una canción de la que hablé tiempo atrás en este blog, “Buenos Aires 2001”. Y es que me da por pensar que en este blog he hablado demasiado de mí misma, a pesar de “novelar” todo un poco (personas convertidas en personajes, o situaciones de un minuto magnificadas en más de 25 líneas) sin contar nada que no sea cierto. En este blog nunca me he traicionado; mi vida no me la invento. Pero a veces la decoro. Lo dicho, hablo demasiado de mí misma, y de cosas reales (y cotidianas y muy aburridas, y a veces incluso pongo nombres reales y todo). Y una, a pesar de friki, es realista.
Leo en El País una entrevista con una escritora de 31 años, una escritora que me parece que un día dejó de ser humana, por cómo habla. La tipa afirma que ahora se viene a vivir un año a Roma. Supongo que la meterán en algún chalecito “al otro lado del río”, y le taparán los ojos a una realidad social triste (y evidente).
Leo la revista “La quimera”…. Hablan de la misma autora (idéntica impresión que me dio en El País), y también hablan de la Argentina narrada (soberbios los fragmentos de conversaciones entre Bioy Casares y Borges). Borges, sí, el del “cameo” en la última película de Benigni que escribió el poema “El amenazado”.
En mi habitación de Madrid tenía una postal (bueno, tenía muchas, toda la estantería con postales de ciudades o de sitios, donde he estado y donde no, mías o recibidas o regaladas) de Buenos Aires que me dio Xime cuando la conocí en 2004 (junto a un “Todo Mafalda” que vale oro, y algunas otras cosas más frikis, como un jersey para zurdos o un dvd de los oficios de León que le dieron en un viaje de muchas horas que la llevaría a encontrarse con sus “raíces”).
Argentina se ha hundido al menos dos veces en el último siglo. A comienzos del siglo XX era la séptima potencia del mundo (aunque este dato sólo sirva para las “estadísticas”, véase el caso de Italia, que forma parte del G8 y basta con darse una vuelta de tres o cuatro días por aquí para descubrir que un día de estos se caerá y dará más pena de lo que ya de por sí da; sirva como dato: 6 millones de italianos no saben leer ni escribir). Y hoy en día no está considerada del grupo de países desarrollados. A finales de los años ochenta tenía tasas de inflación cercanas a cinco mil por ciento. Esto parece así como una estadística lejana, un cuadrito de barras, un histograma, algo con colores y una leyenda debajo a lo cual no prestar mucha atención, pero imaginad que los precios de todo suben un 5000% en un año. Lo que cuesta hoy un euro en un año valdrá cinco mil (por supuesto, sin incrementar el salario nominal). Da risa que los economistas no consideren eso “hiperinflación” (hiper, lo que se dice hiper, “sólo” si supera el 30 mil por ciento anual, ejem, estamos como para fiarnos de los economistas hoy en día. Lo digo voy en serio). Y poco antes del Prestige, veíamos en el telediario de La Primera niños argentinos que se morían de hambre.
Pienso en la gente que conozco, poco o mucho. Me pregunto muchas veces, como en la canción de Serrano, “¿qué andarás haciendo ahora?”. Antes estaba mucho más comunicada, conectada, vía Internet sobre todo. Y entonces tenía una idea más o menos fija y precisa de lo que andaba haciendo la gente, y ellos de mí. El tiempo, las personas y los espacios que ocupaban eran seguros. Sabían dónde o cómo encontrarme (y yo a ellos). Ahora tengo mucho más tiempo “anónimo”. Tiempo en el que no sé muy bien lo que hago (ni lo que hacen, la vida cambia sin estar presente, o no a tiempo), porque se ha ido y no he hecho nada (con ese tiempo). Esto provoca inseguridad, es cierto, pero también oportunidad. Recuerdo haber comenzado una colección de películas de Roberto Benigni (como es una colección que salió hace tiempo con un periódico, voy encontrando ejemplares en mercadillos de la universidad o en Porta Portese – y encontrarlas da casi más emoción o al menos la misma que encontrar discos raros - ). Por el momento sólo he encontrado dos, pero tampoco sé cuántos títulos tiene la colección lo cual me invita a seguir buscando. También he escrito algunas cartas (desde hace unas semanas ya no porque perdí el papel que empleaba: unas hojas giallorosse que encontré en una papelería de Piazza Vittorio. Eran unas hojas naranjas y rojas, de lo más cursi que me he permitido en mucho tiempo). He salido de fiesta al principio muy a lo loco, ahora todo más calmado. Como siguen sin salirme las cuentas añado todas las noches en San Lorenzo. Me he comprado una guitarra a medias con una niña de cuarta dimensión, una niña que tiene la misma idea que yo de tocar la guitarra (nula), pero que llena todo lo que toca de optimismo con su “tía, cómo mola, es genial” (lo dice siempre, sea lo que sea lo que digas o lo que hagas). Una noche, en medio de una plaza, me di la vuelta y le dije “Isa, ¿sabes una cosa?”. “No, dime”. “Estamos delante de un momento irrepetible”. Sólo por su optimismo sé que sacaremos algo de ella. Se llama Veinticinco (la guitarra). Le tenemos que cambiar las cuerdas, tiene un bollo por un lado y una funda verde y vieja. Fuimos expresamente a comprarla a Portaportese hace dos o tres domingos.
Leo en El País una entrevista con una escritora de 31 años, una escritora que me parece que un día dejó de ser humana, por cómo habla. La tipa afirma que ahora se viene a vivir un año a Roma. Supongo que la meterán en algún chalecito “al otro lado del río”, y le taparán los ojos a una realidad social triste (y evidente).
Leo la revista “La quimera”…. Hablan de la misma autora (idéntica impresión que me dio en El País), y también hablan de la Argentina narrada (soberbios los fragmentos de conversaciones entre Bioy Casares y Borges). Borges, sí, el del “cameo” en la última película de Benigni que escribió el poema “El amenazado”.
En mi habitación de Madrid tenía una postal (bueno, tenía muchas, toda la estantería con postales de ciudades o de sitios, donde he estado y donde no, mías o recibidas o regaladas) de Buenos Aires que me dio Xime cuando la conocí en 2004 (junto a un “Todo Mafalda” que vale oro, y algunas otras cosas más frikis, como un jersey para zurdos o un dvd de los oficios de León que le dieron en un viaje de muchas horas que la llevaría a encontrarse con sus “raíces”).
Argentina se ha hundido al menos dos veces en el último siglo. A comienzos del siglo XX era la séptima potencia del mundo (aunque este dato sólo sirva para las “estadísticas”, véase el caso de Italia, que forma parte del G8 y basta con darse una vuelta de tres o cuatro días por aquí para descubrir que un día de estos se caerá y dará más pena de lo que ya de por sí da; sirva como dato: 6 millones de italianos no saben leer ni escribir). Y hoy en día no está considerada del grupo de países desarrollados. A finales de los años ochenta tenía tasas de inflación cercanas a cinco mil por ciento. Esto parece así como una estadística lejana, un cuadrito de barras, un histograma, algo con colores y una leyenda debajo a lo cual no prestar mucha atención, pero imaginad que los precios de todo suben un 5000% en un año. Lo que cuesta hoy un euro en un año valdrá cinco mil (por supuesto, sin incrementar el salario nominal). Da risa que los economistas no consideren eso “hiperinflación” (hiper, lo que se dice hiper, “sólo” si supera el 30 mil por ciento anual, ejem, estamos como para fiarnos de los economistas hoy en día. Lo digo voy en serio). Y poco antes del Prestige, veíamos en el telediario de La Primera niños argentinos que se morían de hambre.
Pienso en la gente que conozco, poco o mucho. Me pregunto muchas veces, como en la canción de Serrano, “¿qué andarás haciendo ahora?”. Antes estaba mucho más comunicada, conectada, vía Internet sobre todo. Y entonces tenía una idea más o menos fija y precisa de lo que andaba haciendo la gente, y ellos de mí. El tiempo, las personas y los espacios que ocupaban eran seguros. Sabían dónde o cómo encontrarme (y yo a ellos). Ahora tengo mucho más tiempo “anónimo”. Tiempo en el que no sé muy bien lo que hago (ni lo que hacen, la vida cambia sin estar presente, o no a tiempo), porque se ha ido y no he hecho nada (con ese tiempo). Esto provoca inseguridad, es cierto, pero también oportunidad. Recuerdo haber comenzado una colección de películas de Roberto Benigni (como es una colección que salió hace tiempo con un periódico, voy encontrando ejemplares en mercadillos de la universidad o en Porta Portese – y encontrarlas da casi más emoción o al menos la misma que encontrar discos raros - ). Por el momento sólo he encontrado dos, pero tampoco sé cuántos títulos tiene la colección lo cual me invita a seguir buscando. También he escrito algunas cartas (desde hace unas semanas ya no porque perdí el papel que empleaba: unas hojas giallorosse que encontré en una papelería de Piazza Vittorio. Eran unas hojas naranjas y rojas, de lo más cursi que me he permitido en mucho tiempo). He salido de fiesta al principio muy a lo loco, ahora todo más calmado. Como siguen sin salirme las cuentas añado todas las noches en San Lorenzo. Me he comprado una guitarra a medias con una niña de cuarta dimensión, una niña que tiene la misma idea que yo de tocar la guitarra (nula), pero que llena todo lo que toca de optimismo con su “tía, cómo mola, es genial” (lo dice siempre, sea lo que sea lo que digas o lo que hagas). Una noche, en medio de una plaza, me di la vuelta y le dije “Isa, ¿sabes una cosa?”. “No, dime”. “Estamos delante de un momento irrepetible”. Sólo por su optimismo sé que sacaremos algo de ella. Se llama Veinticinco (la guitarra). Le tenemos que cambiar las cuerdas, tiene un bollo por un lado y una funda verde y vieja. Fuimos expresamente a comprarla a Portaportese hace dos o tres domingos.
No he escrito apenas nada (fuera de los post del blog, cartas –no tantas en realidad- y algunos poemas sueltos – pocos y malos, antes también eran malos pero eran más - ), así que quizá por esta parte es por dónde se me quedan cojas las cuentas. Ahora tengo un ordenador (razón: riñón derecho) y un cuarto propio (razón: el otro riñón), así que no tengo excusas. Pero me encuentro que no sé sobre qué escribir. Podría escribir de lo que conozco, de lo que vivo. Pero, como critica Carmen Martín Gaite, ello no incluye ninguna reflexión crítica, ni invita a ello. Además, eso ya lo hago en el blog (blog al que, por cierto, no sé cómo clasificar – a veces me resulta patético - pero que mantengo exclusivamente porque con él al menos escribo algo de vez en cuando, bueno, y también recordaré en el futuro momentos y situaciones y personas interesantes. Es, pues, algo vacío, un mero reflejo inexacto de una realidad ya de por sí subjetiva. Algo así como la mitad de la mitad de la mitad de la verdad. Si a eso le añadimos que mi situación me convierte en una “niña bien” (si hace dos años, o hace seis meses, me hubieran dicho que estaría aquí, viviendo como lo estoy haciendo –al más puro estilo nihilista- no me lo creería por una parte, y por otra pensaría que malgasto el tiempo. Ahora prefiero pensar en Roma como una recompensa – y como la consecución de un sueño, claro está -, entonces se me quitan todas las ganas de escribir. Igual al año que viene cuando sea “seicentoeurista” (y con suerte) tengo más motivos y ganas de crear una reflexión crítica.
El miércoles fui a cenar a casa de A-style y luego estudiaríamos el examen del jueves. Ella preparó la cena. De vez en cuando voy a su casa a comer, y visto que apenas me defiendo con los pucheros, no está de más comer comida normal de vez en cuando (por ejemplo, la semana pasada, comí tres veces paella). Comenté mi ineptitud en la cocina (ella ya lo sabía, pero sus compañeras de piso no). Una de ellas se sorprendió (ojalá pudiera decir que me gusta cocinar y que lo hago bien, pero lo cierto es que no lo hago bien, y que además me estresa muchísimo) y me preguntó “entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Casarte con uno que sepa cocinar?” (no comments). Dije que “casarme con uno que supiera cocinar” estaba objetivamente muy lejos de mis intenciones.
“Entonces, ¿vas a contratar a alguien para que te cocine?”
Me callé, pero pensé: cuando trabaje, la empresa me dará una mierda de vales comedor para comer en una mierda de restaurante de 8 euros el menú en cualquier ciudad dormitorio, o una hamburguesa llena de dinamita para el cuerpo. Y cuando llegue a casa estaré tan reventada que, créeme hijita, no me quedarán muchas ganas de cocinar (ni de nada). Debe ser que aquí lo del “mileurismo” no se lleva.
La semana pasada, en Madrid, S. (una de las tres integrantes de POZ) tuvo una especie de reunión de antiguos (2 años atrás) alumnos de ADE. Todos integrantes de una gran empresa de esas que arden en rascacielos con nombre de familia noble, de las que te han comido sabiamente el coco por y para la compañía, en busca de la excelencia competitiva y tal y cual. A veces me acuerdo de ellos, han conseguido lo que quieren.
El miércoles fui a cenar a casa de A-style y luego estudiaríamos el examen del jueves. Ella preparó la cena. De vez en cuando voy a su casa a comer, y visto que apenas me defiendo con los pucheros, no está de más comer comida normal de vez en cuando (por ejemplo, la semana pasada, comí tres veces paella). Comenté mi ineptitud en la cocina (ella ya lo sabía, pero sus compañeras de piso no). Una de ellas se sorprendió (ojalá pudiera decir que me gusta cocinar y que lo hago bien, pero lo cierto es que no lo hago bien, y que además me estresa muchísimo) y me preguntó “entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Casarte con uno que sepa cocinar?” (no comments). Dije que “casarme con uno que supiera cocinar” estaba objetivamente muy lejos de mis intenciones.
“Entonces, ¿vas a contratar a alguien para que te cocine?”
Me callé, pero pensé: cuando trabaje, la empresa me dará una mierda de vales comedor para comer en una mierda de restaurante de 8 euros el menú en cualquier ciudad dormitorio, o una hamburguesa llena de dinamita para el cuerpo. Y cuando llegue a casa estaré tan reventada que, créeme hijita, no me quedarán muchas ganas de cocinar (ni de nada). Debe ser que aquí lo del “mileurismo” no se lleva.
La semana pasada, en Madrid, S. (una de las tres integrantes de POZ) tuvo una especie de reunión de antiguos (2 años atrás) alumnos de ADE. Todos integrantes de una gran empresa de esas que arden en rascacielos con nombre de familia noble, de las que te han comido sabiamente el coco por y para la compañía, en busca de la excelencia competitiva y tal y cual. A veces me acuerdo de ellos, han conseguido lo que quieren.
Y quién sabe si no será también mi destino próximo. Una era amiga nuestra; y digo era porque pronto se destapó (o nos destapamos todos), y pasamos a considerarla “la perlas”, no tanto por perlas físicas si no por las perlas que te soltaba (del tipo “puñalada por la espalda” o “pullas que te pillan en fuera de juego”). La perlas se ha comprado un chalet (ojo, con mi edad). Cuando me lo contaban me eché a reír. S. resumió la vida actual de las tres integrantes de POZ (ella misma, E. y yo), y a poco se caen de la silla. Supongo que ellos estarían alucinados porque haya vida más allá de su Gran Compañía. Pero a mí lo que me alucina, y lo que me gusta, es que las tres estemos donde queremos estar. Sé que en breve seguiremos escalando, y cayendo, en el juego de equilibrios simultáneos de tirar y empujar. Pero lo que me va quedando cada vez más claro es que en este juego de la vida poco importan las Grandes Compañías, si tenemos a nuestro lado a esas Compañías que no cotizan en Bolsa, ni saben de capitalizaciones ni derechos de suscripción. Compañías que no tienen cuenta de pérdidas y ganancias ni capital social. Compañías que no sudan 15 horas al día por algo en lo que no creen. Pero Compañías que se toman un café contigo cuando vienes a verlas, y que hacen malabarismos en los horarios y en los lugares para que una cena en el Gataflora sea posible. Ya pueden caerse rascacielos e incendios, o pueden suceder más Veintinueves de octubre. Porque hay Compañías que nunca estarán en números rojos.
En realidad en este post iba a hablar de Buenos Aires, pero creo que lo dejaré para cuando vaya.
De mayor quiero ser hija de ministra.
1 comentario:
uffs! Inés que largo pero hasta el final que he llegado...no eres nada convencional supongo que "cuando seas mayor" tampoco llevarás una vida convencional... quien quiere comprarse un piso en un pau, ir todos los findes al centro comercial y pagar una hipoteca creciente???? yo no...
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