Recibo el balón en banda izquierda, tres cuartos de campo, avanzo con el balón pegado a la bota derecha. Encaro a la rival, y se produce el milagro, me sale el único regate (segundo 24)que "sé" hacer. Dejo al rival clavado en el suelo y avanzo algo, lo justo para colocarme el balón en posición de tiro. Y disparo sin mirar, como la canción de Francesco De Gregori. Y disparo como siempre he hecho desde que empecé a jugar, de la única forma que tengo confianza y con la que, hubo un tiempo, sentí la felicidad con 11 años. De punterazo.
Y entonces, el silencio. Camisetas rojas y un campo donde crecen más ilusiones que pinos romanos.
La felicidad también ahí.
Ese es mi gol soñado. Y ahora lo voy a buscar con más fuerza que nunca.
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