…ed ogni storia ha il suo cammino.
(leído en el metro de Milán, verano de 2004)
Existen personas capaces de cambiarte la vida. Personas que siempre llamé de cuarta dimensión. Nunca sabes cuándo llegan, pero cuando las conoces simplemente sabes que lo son (en la cabeza suena un “clic”). Pueden estar dos horas o una cuestión de años. En mi vida han aparecido varias personas de este tipo: algunas lo saben, otras lo sospechan, y hay también quien lo es pero nunca se lo he contado, quizá por vergüenza (debería actualizar la teoría, porque algunos conceptos se han modificado, los hombres no poseen una dimensión única ni tengo un concepto tan bajo de ellos, por ejemplo).
Hoy, Gustavo, se despidió de mí deseándome suerte. Yo le escribí una frase que leyó Sílvia en el metro de Milán.
A una persona de cuarta dimensión, como su propio nombre indica se le da otra dimensión. El trato es, por definición, distinto. Por el simple hecho de estar en tu vida, aportan un valor incalculable, y ayudan a ir redirigiendo nuestros caminos (a veces, camino de los idiotas, otras no). En ocasiones, estas personas, no piensan igual –lo que a ti te parecen obviedades –. Quizá lo más difícil es aceptar que pueden marcharse. Y dejarlas ir.
Gente que te acompaña en momentos de tu vida, que conversa contigo sobre cualquier tema (también literario)
A veces es bonito hacer balance, si tuviera que resumir en unas pocas palabras 2010 diría que fue un año raro. Par y raro. Aprendí a patinar, leí por fin Rayuela, me dieron una beca, volví después de muchos muchos años a un teatro, lloré mucho más de lo permitido, escribí algunas cosas que me gustaron, volví a Barcelona, empecé a decir no, luché batallas perdidas que luego gané, me llevé decepciones personales, aprendí que querer superarse es a la vez infierno y motor, me di cuenta de que lo que importaba del camino era siempre disfrutar.
Necesitamos respirar siempre con los ojos bien abiertos, reconocer nuestros errores y subsanarlos.
La gente de cuarta dimensión cualquier día desaparece de tu vida y no puedes hacer nada. Por eso es necesario exprimir los momentos, para no olvidarnos por qué merece la pena vivir. Y compartir esos motivos.
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